domingo, 17 de marzo de 2013

Maratón de Barcelona 2013


Esa mágica línea azul, treinta años después.
Desde hace una semana, recorre el asfalto barcelonés una línea azul de 42195 metros. Para la gran mayoría de la población, suponiendo que hayan reparado en ella, no es más que una línea que sin saber el porqué, un buen día apareció de golpe en el suelo, pero para una minoría, y yo hace treinta años que pertenezco a ella, marca un camino a recorrer y nos recuerda que solo faltan siete días para la Maratón. Es inevitable, esa minoría, vaya a donde vaya, no hace más que cruzarse con esa línea azul.
¡Treinta años desde mi primera Maratón! Me hacía ilusión celebrar esa efeméride corriéndola, por ello hace dieciséis semanas empecé a prepararla, por decir algo. Durante las primeras doce, pude salir dos días por semana, los miércoles un rodaje duro (por montaña las primeras seis semanas) y el fin de semana (sábado o domingo) un rodaje largo (entre 18 y 24 kilómetros como mucho). Pero por un motivo u otro (enfermedades varias) durante las cuatro semanas anteriores a la maratón no he podido correr ni un solo kilómetro, un cero absoluto, una tradición que he de desterrar definitivamente.
Desde el lunes, día en que me crucé por primera vez con la línea azul, cada día he pasado por los mismos estados de ánimo, al levantarme por la mañana pensaba que lo mejor era no participar, todo el mundo que entiende un poco sobre el tema opina que sin entreno no se puede acabar, además soy consciente del sufrimiento que eso conllevará, pero tras volver cruzarme la línea cada tarde, me decía: “siempre he pensado que podía correr una maratón sin entrenar ¿no? Pues ahora es el momento de probarlo”. Total, la maratón solo tiene dos secretos: se sale y se acaba.
No sé en qué momento di el paso mental definitivo para correrla, pero el jueves noche, antes de irme a dormir, me tomé la primera dosis de magnesio líquido de las tres previstas. Aun entonces no estaba seguro, pero pensé que si me daba el pronto, mejor si acumulaba la mayor cantidad de glucosa posible en mi organismo. El viernes por la mañana fui a recoger mi dorsal (4419) y la camiseta conmemorativa (fea de cojones). En ese momento, el primero que tuve claro que la correría, decidí colgar la foto del dorsal en Facebook y así no poder echarme atrás. El sábado descansé lo que pude y tras prepararme todo lo necesario de cara al domingo, coloqué el dorsal en la camiseta, cené un grandioso plato de pasta y me fui a dormir.

Suena “Shine a Little Love” de la ELO, son las 5:40h del domingo, me levanto y me dirijo a la cocina, pongo al fuego la parrilla de la carne y el cazo con las patatas peladas ayer. No tengo hambre, nunca la he tenido, pero siempre el mismo ritual: puré de patatas, pechuga a la plancha, algo de pan, un plátano de postre y agua, mucha agua.
Vuelve a sonar “Shine a Little Love”, son las 6:59h, estoy en el sofá, veo la salida del primer gran premio de F1 de la temporada y después despierto a todo el mundo.
Faltan cinco minutos para las 8:30, ya estoy en el cajón de salida, me pongo al final del todo, saldrán demasiado rápido para mí y cuanto menos me arrastren menos sufriré, nos ponemos a aplaudir, han salido los pro, cinco minutos después empiezan a sonar los pitidos de los chips… estamos corriendo.
Saludo a Zenón y le deseo suerte, al girar plaza España me invade un silencio enorme, estoy solo, no quiero compañía, he de ir a mi ritmo hasta el final sin que nada me condicione, el camino será largo, un camino lleno de esfuerzo, sufrimiento y dolor, una línea azul que me guiará gracias a sus historias, mitos y leyendas hasta la felicidad, en definitiva, un camino que recuerda a la vida misma.

¿Cómo fue la carrera? Es lo de menos, hemos quedado que solo tiene dos secretos ¿no? Pues eso, se sale y se acaba. Me quedo con el ánimo y la compañía de los míos durante todo el recorrido, me enorgullece haberla corrido entera, aunque lógicamente fui de más a menos, nunca dejé de correr, estoy satisfecho por haber sabido regularme y me alegró infinitamente entrar en meta acompañado de mi niña. En resumen… ¡Se puede!




Al llegar a casa entendí todo el revuelo que aprecié a mi derecha tras cruzar la línea de meta, Xavier Jiménez, como Philippides, llegó hasta el final, pero como Philippides, se quedó allí, descansa en paz.