domingo, 4 de marzo de 2007

La Maratón

Busco el grupo de las 3h 45’, pero a pesar de los globos de señalización no los veo. Decido salir a mi ritmo y que sea lo que dios quiera. Los nervios cada vez son mayores, de repente nos ponemos todos a aplaudir y me doy cuenta que el reloj ya se ha puesto en marcha.

Caminamos lentamente hacia la salida, empiezo a oír el ruido de los chips al pasar por encima de las alfombras, han transcurrido dos minutos, por fin cruzo la línea de salida y ya puedo empezar a correr. Con 42 años y 184 días a mis espaldas vuelvo a tener por delante 42 kilómetros y 195 metros. Todo un reto.

Nada más salir, en la plaza de España, saludo por primera vez a los míos justo antes de enfilar rápidamente la calle Creu Coberta. Hay muchísima gente, es un pequeño caos. Intento seguir a mi ritmo conteniéndome lo máximo posible, procurando no chocar con los corredores que me adelantan ni arremeter a los que sobrepaso. Pasados 2 ó 3 kilómetros veo un grupo de tres personas que llevan un ritmo muy parecido al mío. Les pregunto que tiempo tienen intención de realizar: “si podemos 3h45 y si no por debajo de las 4h”. ¡Perfecto! A partir de ese momento Federico, Julio y Antonio (dorsales: 11254, 7939 y 7750 respectivamente) serían mis compañeros de viaje mientras pueda seguirles.
Sobre el kilómetro 8, poco antes de ver a mi mujer por segunda vez, observamos como un guardia urbano le llama la atención a un corredor que, pobre de él, se había detenido a orinar en un árbol. Ya se sabe, la nueva ordenanza municipal. Con el reguero infinito de atletas que pasaban por allí, aquel urbano, se llevo una bronca que no olvidará en la vida. Le gritaron de todo, insultos incluidos, lo más original fue: “¡pídele los papeles!”
Van cayendo los kilómetros entre bromas, comentarios banales, grupos de animación, muchas personas anónimas animándonos, otras no tanto como mis padres, y la ciudad de Barcelona mostrándose en todo su esplendor. Poco después de pasar por delante de la Sagrada Familia, sobre el kilómetro17, nos juntamos con el grupo de corredores que acompañan a las liebres suministradas por la organización para realizar 3h45’.
En la plaza de las Glorias, kilómetro 22, tal y como tenía previsto mi mujer me entrega la primera carga de alimento. Enfilamos Gran Vía, son tres largos kilómetros y el calor empieza a notarse. Con la llegada del kilómetro 25, Rambla de Prim, aparecen las primeras molestias. Decido dejar marchar al grupo e intento seguir controlando el ritmo con la esperanza que todo sea pasajero. Antonio duda entre quedarse conmigo o seguir con el grupo. Al final decide irse. Me quedo solo momentáneamente pues en el kilómetro 27, Av. Diagonal, tenemos previsto que mi amigo Moisés me acompañe unos 10 kilómetros.
Llega el punto en cuestión y veo a Moisés que me espera despojado de su chándal junto a mi mujer que sostiene en su mano el vasito con mi aporte de sales. Otra de mis manías, caldo casero tibio, reconforta y sienta de maravilla.
Dejamos atrás el edificio Forum, kilómetro 30, entre calambres cada vez más seguidos y nos dirigimos por la avenida del Litoral al puerto olímpico. Sobre el kilómetro 33, Villa olímpica, llegan las primeras rampas. No era cuestión de deshidratación, lo he llevado perfectamente, simplemente me empezaba a pasar factura la falta de rodajes largos.
Iba trampeando como podía. Cada vez que me daba una rampa, no fueron pocas, estiraba, caminaba rápido unos pocos metros y seguía corriendo. Dentro de mi cabeza aún albergaba la esperanza de poder acabar por debajo de las 4h. Tenía algo de margen, pero no demasiado.
Kilómetro 35, Arco del Triunfo. Espectacular el ambiente que allí se respiraba. Muchísima gente animándonos, distribuidos a ambos lados de un pasillo muy estrecho, sientes que estás en una etapa alpina del Tour de Francia, me llevaron en bolandas hasta cruzarlo por debajo. A pesar de lo mal que voy disfruto de un momento maravilloso.
Falta un kilómetro para que Moisés me deje solo y junto a mi mujer se dirijan hasta la meta. Unos metros antes de llegar le comento que sobre todo no le diga lo mal que voy y él me dice que no va a parar, me acompaña hasta el final. Me alegré mucho, pero pensé: “debo de ir fatal”.
Llegamos al kilómetro 36, plaza Urquinaona, allí está mi mujer con las cuatro dosis de glucosa que le había pedido. Solo he de aguantar el tipo un poco más, pero a cinco metros de ella me da una rampa brutal en la pierna izquierda. Pienso: “¡ahora no!”, su cara se transforma y me pide que abandone, pero lógicamente no había llegado hasta allí para dejarlo ahora. Mi amigo le grita: “¡No te preocupes, va bien!”, cogemos las ampollas y seguimos adelante.
Me tomo dos dosis de golpe, aunque tenía que admitirlo, mis reservas estaban vacías y los kilómetros se hacían interminables. Me encuentro mal, solo pienso en cruzar la meta, me da igual el tiempo, me da igual todo, quiero acabar por favor.
Pasamos por delante de la Catedral, Plaza Sant Jaume, bajamos Ramblas, solo quedan 4 kilómetros, me tomo la tercera ampolla, no podemos parar aunque el dolor de las piernas es insoportable, monumento a Colon, subimos por el Paralelo, volvemos a girar, ¡esto no se acaba nunca!
Por fin la calle Sepúlveda, kilómetro 40, tomo la última ampolla, miro el reloj y veo que aun es posible, la calle se me antoja larguísima y no tengo más fuerzas. En estos casos solo tienes dos opciones: detenerte o bajar la cabeza, mirar al suelo y dejar que este vaya pasando poco a poco por debajo de tus pies sin pensar en lo que te queda por delante.
Último kilómetro, miro el reloj, faltan 6’15” para las 4h. Todavía es posible. Moisés me grita: “¡Aprieta! Puedes hacerlo” yo le contesto: “no puedo, ya voy al límite”, que largo es esto. Solo 500 metros más. Por fin giramos y vemos la soñada plaza España. Moisés se detiene y me deja solo. No quiere finalizar una maratón que realmente no ha realizado.
Entro en la Av. María Cristina ¡Veo la meta! Acelero, por decir algo, las piernas no pueden más, me dan infinidad de calambres y pequeñas rampas, pero no me voy a detener ahora. Voy al límite, 20 metros, miro el reloj y veo 3h 59’ 06”, sacudo el puño con rabia: ¡Esto está hecho! Cruzo la meta, paro el reloj en 3h59’14”. Levanto los brazos y me detengo por fin. Me llevo las manos a la cara y lloro de alegría, estoy agotado, pero una sensación maravillosa recorre todo mi cuerpo. ¡Lo he conseguido!

Mi mujer al final no me vio acabar. Supongo que fue mejor para ella, ya que mi madre me confeso después: “Se me ha encogido el alma al ver la cara que llevabas”.
Cuando me vuelvo a reencontrar con Moisés y le enseño el reloj nos fundimos en un abrazo. ¡Gracias amigo!
Por la tarde busco, a través de la web oficial, que tiempo hicieron mis compañeros de viaje; ninguno bajo de las 3h45’. Federico estuvo muy cerca: 3h 46’ 20”, Julio acabo en 3h 49’ 46” y Antonio entró detrás mío con: 3h 59’ 46”. Lo debí de pasar en el último kilómetro aunque ni le vi.
Por último quisiera dedicarles esta maratón a mi familia y especialmente a mi mujer Meritxell porque sin ella no habría podido preparar y llevar a buen puerto este maravilloso reto.

Llego el día

Suena el despertador, he dormido bien, son las 5:30h del domingo 4 de marzo del 2007.

Vuelvo a recuperar la rutina que hace más de veinte años me llevo a descubrir todo un mundo. Me preparo mi comida: puré de patatas, pechuga a la plancha y el pan que nunca falte. Bebo líquido, pero sin pasarme. Descanso un rato en el sofá, sería imposible volver a dormirme. Me visto, como si fuera un torero, despacio, con cuidado, intentando sentir si algo no va bien.

Sobre las 7:30h nos pasa a recoger mi buen amigo Moisés que ha decidido acompañar a Meritxell, mi mujer, en su peregrinaje por toda Barcelona suministrándome lo que vaya necesitando.

Mi objetivo inicial era simplemente acabar la prueba, pero la media maratón de Barcelona celebrada tres semanas antes, me hizo concebir esperanzas de poder acabar sobre las 3h 45’. Maldito dilema ¿qué ritmo coger? Soy consciente que no he realizado tiradas muy largas y que el entrenamiento ha sido muy justo, pero no puedo evitarlo: ¡siempre he corrido al límite! Y si los cálculos dicen que mi límite está en 3h 45’ lo tengo que intentar ¿no?

Son las 8:10h, realizo los últimos preparativos: vaselina en los sitios claves, me despojo del chándal y me despido de mis dos acompañantes. Hemos quedado en diferentes puntos del recorrido, siempre en la derecha de la calzada. En la cara de mi amigo veo expectación y alegría, pero la de mi mujer refleja preocupación y algo de miedo. Sus últimas palabras fueron: “si no puedes lo dejas ¿vale?”