El año pasado escribí sobre mi primera experiencia en la B-SS: “Me lo he pasado en grande. Volveré seguro”. Pues eso, una promesa es una promesa y el pasado domingo corrí mi segunda edición de la Behobia-San Sebastian. Prácticamente escribiré la misma crónica que el año pasado pues el circuito es el mismo, también nos llovió muchísimo y todo el mundo ha salido a la calle para animarnos.
Este año la he corrido solo, bueno solo... junto a otros 20000 chalados que no se perderían esta experiencia por nada del mundo. Cogí el tren de subida a Irún, con tiempo suficiente, tenía que desayunar mi pincho de tortilla de patatas con su correspondiente Isostar (mi cervecita de rigor). Estamos en el País vasco y una tradición es una tradición ¿no?
Mi hora de salida era las 11:09. Sobre las 11:07 empezamos a cantar, a aplaudir, a reír y sin darnos cuenta...empezamos a correr. Ya estamos en marcha y como el año pasado el cielo no nos da tregua y llueve de verdad, una lluvia que será persistente y no nos dejará hasta el final. Eso sí, nos ahorraremos el granizo y el viento solo nos atizó en algunas ocasiones.
Sé que no llevo ningún tipo de entreno, hace un mes y medio que no corro (desde la Matagalls Montserrat), sé que debería salir muy tranquilo y disfrutar del paisaje, pero me dejé ir. Sabía que me faltaban kilómetros en las piernas y que probablemente al final me vendría un poco abajo, pero cuando me pongo un dorsal no se correr de otra manera... ¡Sangre y honor!
Dejamos Irún entre toboganes y un montón de gente animándonos por todos sitios. En el kilómetro 6 llega la primera subida importante, el alto de Gaintxurizketa, coincidiendo con la entrada en la autovía, una autovía tomada por una serpiente multicolor de corredores, e incluso aquí, lejos de cualquier lugar hay público animándonos. Seguramente es el sitio con menos gente de toda la carrera, pero hay gente, sobre todo en su cima. Y con lo que está cayendo tiene mucho mérito.
Salvo el primer escollo de dos kilómetros sostenidos de subida sin perder demasiado tiempo y sigo a un sorprendente ritmo de 1h35’. Empiezo la bajada intentando no reventarme, se me está empezando a hacer largo el tema. Comienza una zona de toboganes (repechos de 50 a 100 metros), en la carretera que nos llevará hasta la población de Lezo donde todo el pueblo, como cada año, saldrá a saludarnos.
Tras atravesar el puerto, entre los pitos de los trenes que nos íbamos cruzando por el camino, y vigilando donde pisábamos ya que el suelo a veces era algo irregular, con cruce de algunos raíles y muchos charcos. Entramos en Lezo y el ambiente es la hostia... Te hacen sentir fuerte, te hacen sentir bien.
Dejo Lezo y me dirijo hacia el barrio de Trintxerpe, en el kilómetro 16 comienza la dura subida al Alto de Miracruz. Es un poco más de un kilómetro, pero se me hace interminable a pesar del gentío que hay animándome. Aquí pago mi falta de entreno y sufro por no perder demasiado tiempo, la gente me anima, me grita “¡OSO ONDO! ¡OSO ONDO!”, pero no puedo ir más deprisa... ¡Qué larga se me hizo!. Por fin llego arriba y comienzo la bajada por la Avenida de Ategorrieta, hacia el barrio de Gros, en mente tengo la posibilidad todavía de bajar de 1h35’, aunque he perdido mucho tiempo, enfilo la recta hacia la playa de la Zurriola por la Avenida de Navarra. Estos tres últimos kilómetros son la hostia, es una pasillo de gente animándote, muchos de ellos por tu nombre ya que lo llevamos escrito en el dorsal, no paran de animar, de aplaudir, te sientes en medio de una ascensión mítica del Tour de Francia.
Este año la he corrido solo, bueno solo... junto a otros 20000 chalados que no se perderían esta experiencia por nada del mundo. Cogí el tren de subida a Irún, con tiempo suficiente, tenía que desayunar mi pincho de tortilla de patatas con su correspondiente Isostar (mi cervecita de rigor). Estamos en el País vasco y una tradición es una tradición ¿no?
Mi hora de salida era las 11:09. Sobre las 11:07 empezamos a cantar, a aplaudir, a reír y sin darnos cuenta...empezamos a correr. Ya estamos en marcha y como el año pasado el cielo no nos da tregua y llueve de verdad, una lluvia que será persistente y no nos dejará hasta el final. Eso sí, nos ahorraremos el granizo y el viento solo nos atizó en algunas ocasiones.
Sé que no llevo ningún tipo de entreno, hace un mes y medio que no corro (desde la Matagalls Montserrat), sé que debería salir muy tranquilo y disfrutar del paisaje, pero me dejé ir. Sabía que me faltaban kilómetros en las piernas y que probablemente al final me vendría un poco abajo, pero cuando me pongo un dorsal no se correr de otra manera... ¡Sangre y honor!
Dejamos Irún entre toboganes y un montón de gente animándonos por todos sitios. En el kilómetro 6 llega la primera subida importante, el alto de Gaintxurizketa, coincidiendo con la entrada en la autovía, una autovía tomada por una serpiente multicolor de corredores, e incluso aquí, lejos de cualquier lugar hay público animándonos. Seguramente es el sitio con menos gente de toda la carrera, pero hay gente, sobre todo en su cima. Y con lo que está cayendo tiene mucho mérito.
Salvo el primer escollo de dos kilómetros sostenidos de subida sin perder demasiado tiempo y sigo a un sorprendente ritmo de 1h35’. Empiezo la bajada intentando no reventarme, se me está empezando a hacer largo el tema. Comienza una zona de toboganes (repechos de 50 a 100 metros), en la carretera que nos llevará hasta la población de Lezo donde todo el pueblo, como cada año, saldrá a saludarnos.
Tras atravesar el puerto, entre los pitos de los trenes que nos íbamos cruzando por el camino, y vigilando donde pisábamos ya que el suelo a veces era algo irregular, con cruce de algunos raíles y muchos charcos. Entramos en Lezo y el ambiente es la hostia... Te hacen sentir fuerte, te hacen sentir bien.
Dejo Lezo y me dirijo hacia el barrio de Trintxerpe, en el kilómetro 16 comienza la dura subida al Alto de Miracruz. Es un poco más de un kilómetro, pero se me hace interminable a pesar del gentío que hay animándome. Aquí pago mi falta de entreno y sufro por no perder demasiado tiempo, la gente me anima, me grita “¡OSO ONDO! ¡OSO ONDO!”, pero no puedo ir más deprisa... ¡Qué larga se me hizo!. Por fin llego arriba y comienzo la bajada por la Avenida de Ategorrieta, hacia el barrio de Gros, en mente tengo la posibilidad todavía de bajar de 1h35’, aunque he perdido mucho tiempo, enfilo la recta hacia la playa de la Zurriola por la Avenida de Navarra. Estos tres últimos kilómetros son la hostia, es una pasillo de gente animándote, muchos de ellos por tu nombre ya que lo llevamos escrito en el dorsal, no paran de animar, de aplaudir, te sientes en medio de una ascensión mítica del Tour de Francia.
¡Recta final! La Avenida de la Zurriola. Dejo atrás el Palacio de Congresos del Kursaal... En el puente mando un besazo a mi público especial... Acelero, aprieto los dientes y al final 1h 35’ 01” Que es lo de menos. Lo más importante es que he disfrutado muchísimo de la carrera, a pesar de haber forzado el ritmo (no llevaba ningún entreno), la rodilla no me ha molestado, he disfrutado del paisaje, me he recreado en el público, en el ambiente, me he dado un baño de admiración y cariño y no he dejado a ningún niño con la mano puesta en el aire sin ser saludado. Me lo he pasado en grande. Volveré seguro y es una promesa.
El lunes me enteré, por la prensa, del fallecimiento de un corredor vasco (era su sexta participación) poco antes de la llegada. Su corazón, él no era un novato, no pudo soportar tanto cariño. César, allí por donde estés ahora corriendo, recibe un fuerte abrazo y mi recuerdo para siempre.
El lunes me enteré, por la prensa, del fallecimiento de un corredor vasco (era su sexta participación) poco antes de la llegada. Su corazón, él no era un novato, no pudo soportar tanto cariño. César, allí por donde estés ahora corriendo, recibe un fuerte abrazo y mi recuerdo para siempre.