domingo, 12 de noviembre de 2017

35a Athens Marathon – The Authentic

Aquí empezó todo.

Faltan unos minutos para las nueve de la mañana y me encuentro en la llanura de Marathon, cerca del Mar Egeo, brazo derecho en alto y los cinco dedos juntos formando una especie de pinza, escuchando en silencio el juramento olímpico.

¿Qué hago aquí? Rendir mi pequeño homenaje a un pasaje de la historia ocurrido, precisamente aquí, hace más de 2500 años. Pues aquí empezó todo, aquí se forjó la primera Marathon de la historia y gracias a ella, desde el 1982, yo soy corredor.

Contaba la leyenda, que el año 490 a.C., el ejército Griego de Milcíades derrotó al ejército Persa, justo donde me encuentro ahora, en la llanura de Marathon. Explica también que los griegos, antes de partir al encuentro de los persas, dejaron a sus ancianos, mujeres y niños refugiados en la Acrópolis de Atenas con la orden de quitarse la vida, si no recibían noticias de su victoria antes de 24h, de esa manera los persas no encontrarían a nadie vivo al llegar victoriosos a la ciudad.
Tras la batalla, que se alargó más de lo esperado, y viendo que no llegarían a tiempo de notificar su victoria antes de la masacre, el soldado Filípides (*) se ofreció voluntario para ir corriendo hasta Atenas, unos cuarenta kilómetros, y dar la buena nueva. Tal fue su esfuerzo por llegar a tiempo que nada más pronunciar “—Nikè”, nombre de la diosa griega de la victoria, cayó muerto de agotamiento.
Casi dos mil cuatrocientos años después, en el año 1896, Atenas organizó los primeros Juegos Olímpicos de la historia moderna. Para rendir homenaje al heroico gesto de Filípides, que impidió la inmolación de la población ateniense, incorporó la Marathon como su prueba estelar. ¡La primera Marathon oficial de la historia!
Volvamos atrás tres horas, sobre las seis de la mañana llego a la plaza Syntagma, desde donde Mona, Gorka y yo cogeremos un autobús que nos llevará hasta Marathon. En realidad seremos cuatro los compañeros de viaje, pues desde el inicio hasta casi la llegada un tipo no paró de darnos la brasa a través de los altavoces explicándonos los pormenores y bondades de la prueba ¿queríamos dormir un poco? sí, ¿pudimos? no, pero entre risas pasamos el viaje.

Llegamos a Marathon, casi dos horas antes de la salida, y nos encontramos con Canyes, que ayer decidió poner las calles llegando aún más temprano que nosotros. ¿Qué veo? Un páramo entre montañas y poco más. Poco después, van llegando el resto de Correcats, Jramon, Meep, Belén junto a unos amigos suyos. Nos hacemos la foto de rigor y tras desearnos suerte, nos dirigimos cada uno a su cajón de salida, el 5 en mi caso.

Tras el juramento, un momento muy especial, aquí estoy yo, en la llanura de Marathon, dos mil quinientos siete años después, dispuesto a correr la Marathon más antigua del planeta, como la llaman aquí… ¡La auténtica!
Tras dos oleadas de corredores por fin nos ponemos en movimiento, la salida es fluida, el suelo algo irregular, lo será durante toda la carrera, el calor del Sol empieza a notarse en la cara, intento regular y no dejarme ir en estos primeros kilómetros de ligero descenso, que ironía, de descenso, menuda paliza subiendo vendría después.
Pasado el Km.4, en la ida y vuelta que rodea el túmulo funerario donde se encuentran enterrados los soldados griegos fallecidos en la batalla de Marathon, saludo a Mona y Canyes, se les ve bien, ahora todos vamos bien.

Los kilómetros van cayendo, el calor es soportable gracias a las nubes y a la ligera brisa que sopla, pero o me hidrato o lo pasaré mal. Dejo atrás el Km.10 en 58:42, mi idea inicial era intentar hacer 4h 15’, 4h 25’ en el peor de los casos, el paso es bueno.

A partir de aquí y durante los próximos veintidós kilómetros, salvo alguna pequeña y esporádica bajada, no pararemos de subir rectas interminables de autovía con poca gente animando, pero que le pone todo el interés del mundo, cosa que agradezco infinitamente. Al atravesar los pueblos la cosa cambia, el ambiente es fantástico, mucha gente animando con ganas, grupos de Sirtaki, casi en cada pueblo, que inevitablemente me hacen recordar a Anthony Queen en la película Zorba el Griego.

Pasado el Km.15, cerca de Rafina, una chica me regala una rama de laurel que llevaré encima hasta el final, es curioso como una cosa tan nimia te puede hacer sentir tan bien, seguramente ayudó que del Km.16 al Km.18 la carretera bajara claramente, dándonos la Marathon un pequeño respiro, pero ahí se acabó su bondad, del Km.18 hasta la media Marathon el tema se puso duro de nuevo, paso la media en 2h07’20”, perfecto para 4h15’, pero sabía perfectamente que desde ahí hasta el Km.32 no habría piedad, La Autentica me seguiría castigando, subir y subir, con algún pequeño descanso, no porque bajara sino porque subía poco, así que pensé que regulaba o lo pagaría, y decidí regular, bajé el ritmo conscientemente con la idea de administrar el margen que tenía hasta el Km.32 y luego volver, si podía, a los 6’/6’10” el kilómetro.

Los kilómetros fueron pasando, algunos metros a casi 7’/Km, pero yo a lo mío, sin casi apreciar el paisaje, pues estuve casi todo el tiempo mirando como el asfalto pasaba bajo mis pies, subía la cabeza y veía que la cuesta no se acababa y otra vez a mirar el asfalto. Salvo en los pueblos donde no dejé de chocar mi mano con todos los niños y no tan niños que me la ofrecían al pasar, fueron muchísimos, en algo tenía que entretener ¿no?
Últimamente las maratones las corro solo, mi ritmo es tan lamentable que prefiero ir a lo mío y así no fastidiar a nadie o morir en el intento por seguirle, es algo que llevo bien, pues por muy jodido que vaya de piernas la cabeza jamás me ha fallado. Aunque esta vez hay algo que la hace un poco más dura que las demás, nadie me está esperando para animarme en ningún sitio, salvo en la llegada, el echo de saber que en un par de kilómetros, sea el que sea, te está esperando una sonrisa hace más llevadera la soledad.

La soledad, es curioso, pero consigo que pasen los kilómetros sin apenas pensar en nada, creo que en realidad simplemente me gusta correr y por eso aún sigo corriendo treinta y cuatro años después que la leyenda de Filípides me incitara a correr mi primera carrera, la Marathon de Barcelona del 1983.

Por fin entramos en la zona metropolitana de Atenas, se acabó la autovía, hay más público, pero menos ruidoso que en los pueblos. Y llega la puñetera rampa, no física, pues no tuve ninguna durante toda la carrera, sino de desnivel, la tenía en la cabeza desde que vi el perfil, entre el Km.30 y el Km.32 parece que sube algo más, ¿algo más?, quien será el “pitido de censura” que decide hacernos bajar esa rampa para subirla de nuevo, se me hizo interminable. Una subida así en este kilómetro duele, a mí me dolió.
Con ella sabía que se habían acabado las cuestas, era la única cosa que tenía en la cabeza, está es la última, en realidad no lo fue, pero las dos que vinieron después no tenían nada que ver con esta. Desde ahí ya empecé a restar, solo diez kilómetros, nunca salgo a correr menos de eso, iba muy justito, pero el sub 4h25’ estaba en el saco, y me limité a regular, a disfrutar del ambiente, de la impresionante batucada en el túnel, pasado el Km35, qué fue simplemente espectacular y así hasta dejar atrás el Km.41, donde giramos a la izquierda y enfilamos el estadio, sé que está ahí, pero no consigo verlo, bajo a través del pasillo de gente, ahora sí que hay mucha gente animando, justo al llegar abajo sonrío por primera vez sin la intención de corresponder a nadie al verlo aparecer majestuoso, el antiguo Estadio Panathinaikó, que durante la época clásica alojó la parte atlética de los Juegos de las Panateneas, celebrados en honor de la diosa Atenea y que posteriormente, en el 329 a.C., fue reconstruido íntegramente en mármol, seguramente el recinto deportivo, en activo, más antiguo del mundo.

Pelos de punta, sentimientos a flor de piel, ver a Eva esperándome en la entrada, besarla, coger la Estelada (**) y entrar por fin en el estadio, igual que hizo el pastor griego Spiridon Louis, el 10 de abril del 1896, convirtiéndose así en el primer Campeón Olímpico de Marathon de la historia. Es imposible describir que me pasó por la mente en esos últimos metros, hay que vivirlo para saberlo, simplemente me dejé ir y disfruté de cada zancada, pues después de treinta y cuatro años pude rendir, por fin, mi homenaje a Filípides, aunque si he de ser sincero, el homenaje me lo di yo.

Al final 4h22’56” y el resto es historia, como la que me trajo aquí, pues aquí empezó todo.
(*) Me he permitido una pequeña licencia histórica, pues conozco de sobras los estudios que desmienten que fuera Filípides el protagonista de la leyenda, pero cuando en 1982 decidí correr mi primera carrera, la Maratón, el protagonista era él, así que ha sido él, como creía yo entonces, quien la ha protagonizado ahora.

(**) Es la primera vez que reivindico alguna cosa al finalizar una Marathon, hasta el jueves no tenía ni Estelada, pues nunca he creído en banderas, pero en el lugar donde nació la democracia necesitaba recordar que mientras yo disfrutaba de la libertad absoluta de correr, había gente en la cárcel por defender sus ideas, espero que sea la última vez que tenga que hacerlo.

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